top of page

¿Sabes ese momento en el que se alinean los astros y de repente -pum- caes a este mundo?

Domingo 28 de abril de 2025, 0:00h

Pues bueno, algo así pasó cuando nací. La diferencia con el resto de mortales es que ni tuve un aterrizaje tranquilo, ni llegué a la familia más ordinaria -aunque ellos piensan que sí-, ni me esperaba la vida más común (al menos lo que se entiende por común). 

Siempre le daré las gracias a mi madre por haber elegido quedarse el día que nací. 

A mi padre por sostenerme, y a mi abuela por dejarnos su casa. 

Sara significa princesa. Así aterricé al mundo. Por todo lo alto.

Ser hija única me hizo pasar muchas (muchas) horas a solas, creando mil y un universos que sólo tenían sentido para mi. Esto me hizo crear un apego un tanto exagerado con mis juguetes y pequeños tesoros,

pues para mi no eran sólo eso, sino los portales que me permitían acercarme a esa fantasía

que tanto me gustaba - y liberaba, de algún modo. 

Afortunadamente tuve una tía, una de esas que no son de sangre pero que tu sabes que sí, que me ayudó a entender que todos esos mundos que sólo habitaban en mi cabeza podían realmente hacerse realidad.

 

Que la supuesta magia podía ser magia de verdad.

Que las personas no morían del todo cuando se iban,

y que lo que sentía a veces era normal. Gracias tita. 

Pero bueno, dando un salto tremendo desde mi niñez hasta mis 18,  porque no es una etapa demasiado significativa (al menos para esta entrada),​ diré que la vida me llevo por caminos muy distintos.  

 


A los dos años de haber empezado la universidad seguía pensando que era la pérdida de tiempo más tremenda que se había inventado la sociedad. "Qué maldito aburrimiento" - me decía sin parar.

¡Focalizar todo mi tiempo en sólo eso! Juro solemnemente que no entendía nada.

Al menos me enamoré. Y vaya amor. 

Entendí lo que era tener amigos de verdad, vivir la independencia, sentirme libre y capaz,

 viajar bien lejos y no poder volver aunque estuviese fatal (sí, los Erasmus no siempre salen bien)

y aprendí a estar sola, a habitarme, y sobre todo, a escribir muuucho. 

Escucha, escucha: muuuuuuuucho. 

Salí escopeteada tras cuatro años (maravillosos en muchos sentidos, repito), pero con mil ganas de vivir otras cosas, como he dicho, así que la vida me susurró el siguiente destino: 

una escuela Waldorf

(¡gracias, gracias, gracias!)

Allí aprendí a Ser, a Amar incondicionalmente, a trabajarme a mi primero para que todo mi entorno pudiese funcionar... Aprendí, entendí y estudié que no somos solo un cuerpo. Y por primera vez me sentí que estaba en mi lugar: lo más parecido a Howgarts en Tierra que he conocido - bueno, casi. 

Y llevé un grupo maravilloso de diez pequeñas bestias,

las que más me han hecho mirarme, crecer y trabajarme por dentro

- y que también más quiero del mundo entero. 

Y yo estaba ya tan tranquila cuando de pronto... Toc, toc. La vida llamó de nuevo a la puerta. 

Siguiente etapa: " Sara, te estás acomodando demasiado, ya estás lista".

Así que una furgoneta después, muchos libros en la mochila, mi cámara y trípode, y una casa de cuento de hadas en la montaña... allá que llegué, dispuesta a hibernar sola durante seis meses: a fusionarme con la naturaleza, con sus ritmos, con la sabiduría que allí habita. Empecé a grabar un vídeo por semana, entendí cada luz, cada susurro de la naturaleza que debía documentar, y probé mil y un planos hasta que los tuve todos memorizados.

 

Creé espacio de verdad para escucharme, para dar voz a todo el ruido que se había ido almacenándose durante años de estar sólo hacia afuera. Y claro,

Terremoto. 

Toc, toc. La vida, de nuevo. 

Que me deja poco tiempo tranquila. 

Pero yo a sus órdenes oye, que una vez  me prometí escucharla si ella me prometía que esos susurros me iban a expander y hacer cada día más feliz, y así ha sido desde entonces. 

Un retiro en Ibiza, vender mi furgoneta, regalarle a mi madre el viaje de su vida (y el mío): Escocia, 

vivir en Londres un mes, trabajar como fotógrafa en Italia e Ibiza, what?!

Y ahorrar lo suficiente para el viaje de mi vida. 

Gracias Camboya. 

Gracias Vietnam. 

Gracias Bali.

Gracias Australia. 

Y gracias a María, Lucía, Pri, Varun, Dee, Jack, Jeri, Kate, Sophie,

Will, Sabrina, Anna, Santi, Stasa, Bárbara, Ilham, Mariana, Sri...

Ahora tengo alas. 

Y no pienso dejar de volar. 

SARA ELLE

fotografía consciente

retiros y viajes

marca personal

  • Instagram

@sara.ellee

bottom of page